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San Martín, la claridad de la estrategia frente a la complejidad por Graciela Ruiz

Desde su regreso al país en 1812, a pesar de ser desde ese momento un actor principal en la realidad política, se mantuvo ajeno a la “carrera de la revolución” en la lucha por espacios de poder. Sin embargo, fue capaz de devolverle a la misma su dimensión continental y su capacidad ofensiva al promover una empresa colectiva de tremenda envergadura.

17 de agosto de 2016, 15:27.

imagen San Martín, la claridad de la estrategia frente a la complejidad por Graciela Ruiz

En el Norte, como Comandante en jefe del Ejército en reemplazo de Belgrano, no llegó a librar batallas, pero sí se persuadió rápidamente de la imposibilidad de la empresa por ese camino. Al mismo tiempo que reorganizaba el Ejército, disponiendo de los caudales incautados por Belgrano en el Alto Perú sin remitirlos a Buenos Aires, estrechó vínculos con los jefes de la vanguardia: Manuel Dorrego y Martín Miguel de Güemes. Justamente, aprobó como método eficaz para la defensa  la “guerra de guerrillas” que este último venía desarrollando.

Convencido ya de la necesidad de cruzar Los Andes y de vencer a los realistas en Chile y en Perú, logró hacerse nombrar por Posadas gobernador intendente de Cuyo. Una vez instalado en Mendoza, intercedió entre los bandos rivales de la derrotada Patria Vieja chilena que se habían refugiado en nuestra ciudad tras el fracaso de Rancagua y dirimió el destino de la revolución trasandina al apoyar finalmente al bando de O´Higgins, hecho que le valió el odio de los Carrera.

Convirtió a Cuyo en su base de operaciones con Mendoza a la cabeza. De esta forma, nuestra provincia se transformó en un recurso estratégico esencial para “armar” su ejército emancipador. En el ejercicio de sus funciones políticas supo ganarse la confianza del pueblo así como de las clases adineradas. Su obra de gobierno trajo prosperidad a estas tierras: se dedicó a las finanzas, a reglamentar el servicio de correos y telégrafos y a modernizar la educación. También eliminó los azotes, modificó el régimen carcelario y se preocupó por la salud, por el saneamiento ambiental y por la producción vitivinícola. Dejaría constancia de su “gratitud eterna” hacia los pobladores de Mendoza al partir a Chile en enero de 1817, a quienes reconoció haber realizado “heroicos sacrificios por la independencia y prosperidad común de la Nación”.

Desde la instalación del Congreso en Tucumán, arbitró los medios para influir en la pronta declaración de la independencia, como quedó expresado en una carta a Godoy Cruz, diputado por Mendoza: “¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos?” Y no sólo la apresuró, sino que fue artífice de un nuevo rumbo de la revolución. Este nuevo curso se plasmó en la enunciación de los sujetos que se arrogaban la soberanía, “los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”, dando lugar a su concepción de la Patria Grande americana, a la que buscaba emancipar unida, por sobre la multiplicidad de naciones en las que terminó fragmentándose el extenso territorio bajo la dominación colonial española.

Supo ganarse la confianza de Juan Martín de Pueyrredón, y movió los hilos para que el propio Congreso lo nombrara Director Supremo. Luego obtuvo de él la aceptación oficial para crear el “Ejército de los Andes” el 1 de agosto de 1816, siendo nombrado en el acto su Comandante General.

En su capacidad estratégica no se vislumbran omisiones: se ocupó de todos los aspectos y de todos los detalles inherentes a la descomunal empresa que se disponía a realizar. Parlamentó con los indios pehuenches del Sur con la colaboración de fray Inalicán. De otro fraile, que se ocupó de la fragua, obtuvo las piezas de artillería necesarias y la refacción de fusiles; del Ingeniero Álvarez Condarco, la fabricación de pólvora y el estudio minucioso de los pasos cordilleranos; de Diego Paroisien, la organización de un hospital de campaña. Pensó cada detalle, y logró a partir de los pocos regimientos que existían en Mendoza –blandengues, los Argentinos Auxiliares de Chile, y los pocos milicianos que existían hacia 1814- conformar un ejército de más de 5000 hombres. Confundió al enemigo con la “guerra de zapa” y lo obligó a dispersarse. Inició el cruce en enero de 1817.

Consiguió el éxito parcial en la batalla de Chacabuco en febrero del mismo año y proclamó junto con O´Higgins la Independencia de Chile tras la victoria de Maipú en 1818. Mientras preparaba la marcha hacia el Perú, y frente al peligro que se vislumbraba, arengó a sus tropas "[…] sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios”, perpetuando a continuación una de sus frases más célebres “Seamos libres y lo demás no importa nada”.

Entretanto, se produjo en Buenos Aires la disolución del gobierno que lo había designado, a pesar de las solicitudes hechas respectivamente a Artigas y a López  para evitar el derrumbe de la autoridad central que podría perjudicar la marcha de su plan de emancipación. Reunió a sus oficiales y renunció ante ellos, dejándolos libres para que eligieran sucesor. Sin embargo, fue proclamado jefe por sus propios hombres, convirtiéndose en la cabeza de un ejército americano con soberanía “flotante”.

Llegó a Perú y, sin librar batalla, proclamó su Independencia en 1821. Aceptó el nombramiento como Protector, pero resignó prontamente su puesto para salvar la gran obra de la emancipación americana.

Aquel hombre, jefe de un ejército chileno, peruano, argentino, de castas, mixturado y americano por excelencia, fue dueño de una proverbial modestia, reflejada en las palabras de Juan B. Alberdi que de él escribiría:

“Me llamó la atención su metal de voz notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común. Al ver el modo como se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así. […] Rara vez o nunca habla de política. Jamás trae a la conversación, con personas indiferentes, sus campañas de Sud América; sin embargo, en general le gusta hablar de empresas militares”

Nació, creció y actuó en un abanico de contextos muy disímiles. Demostró poseer una ejemplar claridad estratégica y, simultáneamente, la flexibilidad táctica necesaria para elegir las palabras, los hombres y las acciones indicadas para triunfar. La independencia de América fue su objetivo principal. La intransigencia en sus principios se confirmó con su retirada de la escena política argentina cuando fue reclamado desde los sectores enfrentados en la guerra civil. Desde aquél 17 de agosto de 1850, las generaciones presentes y futuras tenemos una tarea: la concreción definitiva de la unidad latinoamericana es una deuda con el padre de la Patria.

Graciela Ruiz
JTP de la Cátedra II de Historia de las Instituciones Argentinas
Facultad de Derecho - UNCUYO

 

 

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