Su compromiso con la guerra de emancipación lo habían convertido en uno de los hombres de confianza de San Martín, junto con Güemes, no sólo para mantener al norte en retaguardia hasta que se consumara la campaña andina, sino para defender la idea emancipadora pero bajo una fórmula monárquica.
La idea de una monarquía inca defendida por Belgrano no era descabellada como tratan de hacerlo parecer algunas versiones. Se trataba de un jurista que había destacado por sus estudios en Salamanca, que desplegó propuestas innovadoras en el Consulado, como publicista y miembro de la primera Junta, y como redactor de una constitución para los guaraníes, que 200 años después sigue siendo de vanguardia en el reconocimiento de derechos.
Belgrano pensaba en función de una coyuntura adversa que requería de experiencias innovadoras que salvaguardaran la revolución. Tenían que construir una legitimidad que pudiera responder a distintos frentes. En primer lugar a la restauración de las monarquías europeas y la necesidad de lograr que reconocieran la independencia de América. En segundo lugar, la necesidad de buscar consensos entre las poblaciones más oprimidas, construyendo gobiernos representativos que reivindicaran las tradiciones e identidades de la América indígena. Y finalmente, la necesidad de buscar una fórmula que unificara la nación y generara consensos frente a las demandas y luchas intestinas entre los caudillos de las provincias automomistas.
Pocos lo entendieron, pocos podían pensar en términos más creativos que lo que imponían los modelos vigentes o los intereses políticos locales, sólo algunos visionarios de la patria grande podían pensar en vistas a construir instituciones más representativas y eficaces a la hora de defender la libertad del continente.
María Celina Fares
Prof. Adjunta Historia de las Instituciones Argentinas
Facultad de Derecho - UNCUYO