Los hechos que dieron lugar a este día se ubican en Chicago en los albores de la Revolución Industrial, cuando surgieron las grandes fábricas en las que trabajaban hombres, mujeres e incluso niños, durante muchas horas y prácticamente sin descansar. A fines del siglo XIX Chicago era la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos y donde se crearon las primeras villas humildes que albergaban a miles de trabajadores que venían de todo el mundo.
En Chicago, los obreros comenzaron a organizarse y luchar para conseguir mejores condiciones de trabajo. El 1° de mayo de 1886, en esta ciudad, un grupo de obreros llevó a cabo una manifestación, en busca de reivindicaciones laborales, principalmente, la reducción de la jornada laboral a 8 horas. El conflicto ganó las calles con la consigna: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”.
Este reclamo fue violentamente reprimido por la policía. A los tres días, se convocó a una nueva movilización que dejó como resultado la muerte de varios uniformados tras el estallido de una bomba. No se pudo identificar al culpable de este hecho. Por ello, las autoridades decidieron la detención de ocho dirigentes sindicales. Cinco de ellos fueron condenados a la horca, aunque cuatro fueron ejecutados en noviembre de 1887. La celebración de esta jornada, como Día internacional, fue acordada en el Congreso de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, como homenaje a estos “Mártires de Chicago”.
Hace 128 años se planteaba que la reducción de las horas de trabajo con el mismo salario tenía dos objetivos: mejorar la calidad de vida de quienes tenían trabajo y generar nuevos puestos. Hoy tenemos medios de comunicación masivos, los mensajes electrónicos son inmediatos y económicos, los sindicatos son gigantescos, los medios de transporte son veloces, las nuevas tecnologías permiten producir todo lo necesario para que la humanidad satisfaga sus necesidades, alimentos, abrigo, viviendas. ¿Tiene hoy vigencia este planteo? ¿Hemos superado la inestabilidad y la precarización de los puestos de trabajo?
En aquellos años, los obreros se organizaban, editaban sus propios semanarios, redactaban sus folletos, analizaban las diferentes situaciones en las que se encontraban, opinaban, debatían y resolvían.
Hoy, ¿qué posibilidades tenemos los trabajadores de analizar entre todos nuestros problemas, tomar decisiones para resolverlos y hacerlas conocer con nuestra propia voz
¿A quiénes beneficia y a quiénes perjudica que los trabajadores no desarrollemos las herramientas de análisis para conocer lo que determina nuestro trabajo?
¿Qué consecuencias tiene para todos los trabajadores la defensa individual y fragmentada de sus derechos?
¿Por qué jóvenes profesionales nos vemos obligados a aceptar trabajos que distan mucho de lo que soñamos alguna vez al comenzar nuestros estudios, con el afán de obtener experiencia?
¿Por qué situaciones como el trabajo infantil, la subocupación, o trabajos tradicionalmente “femeninos” como maestras, enfermeras, empleadas domésticas, etc.; comúnmente peor pagos, sean problemas que afectan a toda la sociedad y no sólo a quienes los sufren?
¿Qué podemos hacer los trabajadores para que no sean inútiles las muertes de los Mártires de Chicago, de tantos trabajadores víctimas del terrorismo de Estado, de los huelguistas fusilados en la Patagonia Trágica, de los reprimidos en el Cordobazo, de Carlos Fuentealba en Neuquén y de todos los que conquistaron con su lucha condiciones dignas de trabajo?
Por último, en este día tan especial me gustaría dejar como reflexión, cuantos de nosotros hemos llegado a ser la respuesta a la pregunta que de pequeños los adultos nos hacían: ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?
Lorena Baamonde
Abogada egresada de la Facultad de Derecho - UNCUYO